I-
¿Qué culpa tiene mi madre?
Puedo resignar
tres horas en el supermercado por quincena;
fregar las ollas;
quitar el polvo
de los muebles del comedor;
limpiar los discos de tu colección,
cada día más nutrida;
acomodar los libros
por orden alfabético;
organizar tu agenda
-qué orgullosa estoy de tu talento,
mi querido-.
Puedo soportar
lavandina, detergente,
la inmunda grasa de los mosquiteros,
el hollín infinito
de sus escrutadores ojos de alambre;
admitir que nunca encenderás el Spar
cuando te cocinás un Patty
a las dos de la madrugada
y olvidar que no lavás los cacharros
ni apagás las luces
antes de volver al dormitorio.
Puedo permitir
que salgas a correr por Lezama,
los sábados, a la hora vespertina
en que las cabareteras
se repintan los labios
y encreman las pestañas
con máscara negra
y yo me quedo esperándote
inquieta;
y que me digas al regreso,
tarde, muy tarde,
que encontraste a un amigo
¡cuántos amigos que no te conozco,
todavía!
o que perdiste bastante dinero
en el Bingo
o te tomaste alguna cerveza de más
y eso te haga eructar en la cama.
Me acostumbré, por cierto,
a la pegajosidad de las ciruelas
y a esas frutas de carozo que adorás;
a vaciar tus ceniceros,
a esperarte con el camisón blanco,
ese de gasa transparente con encaje
los días que gana Boca;
a abrazar a tus hijos
que me llaman “bruja”
y jamás me agradecieron
el costoso regalo
que les hice la Navidad pasada,
gastando mi aguinaldo completo.
Ay, puedo sonreír;
tener orgasmos cuando vos querés;
planchar siete camisas
y una media docena de calzones
cada semana,
-seis porque
los domingos no te bañás ni loco-;
puedo perfumar las toallas,
depilarme bozo, pelvis y piernas
con cera vegetal
como un dolor de parto
que me arrancará piel y juventud;
viajar en colectivo a mi trabajo
porque el auto lo usás vos
aunque es nuestro.
Puedo, sin parpadear,
disculparme por un risotto
fuera de punto,
por no recordar
haber puesto las cubiteras en el freezer,
y aceptar, sin duda alguna,
que las papas fritas
no me salen tan ricas como a vos.
Puedo vivir
a lechuguita y agua
todo noviembre y diciembre
para estrenar la bikini color fuego,
y ahorrar monedas
para comprar el Hawaian Tropic,
porque sé que te gusta verme tostada.
Pero, no estoy dispuesta a tolerar
que tu madre venga a visitarnos
y me diga:
“Luli, te llevaste una joyita.
Cuidámelo bien.”
II-
No quiero ser la madre de tus hijos
-implacable educadora
que vas a presentar con orgullo a tus colegas-
No quiero ser la musa que alimenta
tus obras de arte.
(Siempre creí que el destino
de Beatrice o Laura
era peor que el de una esclava ateniense).
No quiero ser la amiga que
te palmea la espalda
cuando me entero que tuviste sexo
con una secretaria cortés,
ni la mujer de tus oraciones,
ni la proveedora del hogar
y menos quiero ser la abuelita
que te guía por el buen camino,
elige tu ropa
¿qué se pone? ¿qué se pone?
Ya tengo un sol y mis cincuenta estrellas
de las qué ocuparme.
No quiero ser tu perrita faldera
que me saques a pasear los domingos
con bozal y soga al cuello,
caminando, caminando...
No quiero ser la corista
que te excita en el Maipo
ni la poeta que te escribe
cartas de amor
en sobres ecológicos
con una rosa dentro.
No quiero ser la perfecta cocinera
de una olla a presión,
la chica de la limpieza de los jueves,
la enfermera de la familia,
la modelo de pasarela
con los dos trapitos que me compré
en la Feria americana,
ni ser tratada como una niña.
Tampoco quiero ser la esposa rica
nada benevolente y pródiga,
que viajará a Milán,
igual que Su Jiménez,
a gastar en lo que no necesita.
No quiero que me pagues
ni que me cobres,
que me regales ni que inviertas en mí,
que me vendas vanidades,
morbo, prestadas mentiras,
cerámica rota por la rutina,
lapiceras que manchen los dedos,
sopa de cubitos
en restaurantes de cuatro tenedores.
No quiero humo del cigarrillo
ni colillas que me lo recuerden.
No quiero que te vayas
ni que vuelvas temprano,
que me grites o te calles.
No quiero que me ames
ni que me dejes de amar.
No insistas.
Nunca vuelvas a decirme:
“Lo siento” “Te eché de menos”, “Fue mi culpa”.
No quiero, no quiero ser
perdonavidas.
¿Qué quiero me preguntás?
Que me trates como a una mujer.
¿Es mucho pedir?
LOS VARONES NO SABEN DISTINGUIR.
Los varones no saben distinguir.
Generalizan.
Corroen altaneros los anzuelos;
epígono del cuerno en bocanadas
despliegan su factura de machismo,
lo hacen al tuntún
y se equivocan.
Confunden lo hogareño
y el código de honor,
los trampantojos,
las vecinas de otoño
y los perpetuos volcanes.
Cuando amo quiero ser
una oveja full time; poder decirlo
sin hallar la vergüenza de mis actos
aunque tilden mi paraíso de flojedad,
pereza o negligencia.
Tiempo completo.
24 horas a sus pies,
pues lo único que importa es el contacto.
Cuando amo quiero estar
como un loro parlanchín
dictando leyes, profiriendo gritos
a los inoportunos visitantes;
o como una ciega monja abstrayéndome
del frívolo argumento de los viajes
que cuentan los carteros
-soeces, mercenarios como lunas-
para vivir atada a mi aparejo.
Cuando amo quiero conocer
las etimologías,
el tropo, el fotolito, la metáfora,
la rítmica y la métrica
de la cavidad de una boca
y una lengua
de hombre que me cubra entre sus grutas,
me cobije y me ampare.
Yo podría embadurnar los lienzos más feroces,
cantar en los teatros, llaga herida,
como un gran chimpancé amaestrado
y ser famosa.
¿Para qué?
Los varones no saben distinguir.
El relámpago no es trueno;
es luz devoradora y certidumbre.
Mis vértebras son cuerpos trascendentes.
Mi amor, malón desbaratado,
hasta en la cofas,
es realeza de etnia paleolítica
que atropella catástrofes eróticas
con moño de manual de lencería
en revistas femeninas del pasado.
Cuando amo,
soy toda oídos para él.
Peco en su nombre.
Soy manta que calienta en la flacura.
La zoca sin cautela que se ofrece
al humor de sus flujos turbulentos
con vapores, turgencias
y un dilema de brunas paradojas.
Los varones no saben distinguir
y por desgracia,
millones de mujeres
repiten el discurso viril
y se equivocan.
3 comentarios:
¿Por qué los hombres nunca se plantean que a la mujer el compromiso nos perjudica más que a ustedes?
Dicen los que no tienen intención de amar, por
incapacidad o autosuficiencia narcisista, que los amores eternos duran tres años. Yo creo, no opino, sino que estoy convencida, que esas personas sufren y cumplen sus profecías, boicoteando cualquier posibilidad de relación para reafirmar sus teorías sobre la imposibilidad de encontrar felicidad en la tierra y no es sino otra excusa para no abandonar prácticas onanísticas, típicas del egotismo que los enferma.
Algunos consejos para caballeros, sobre el arte de seducir a una dama/mujer/señora.
Este poema es la segunda parte de ¿Qué culpa tiene mi madre?
Un contigo al revés.
Mi querida Lucía,
quiero comentarte que tomé tu poema en un trimestral y además, lo leí en otro año (3º año) y quedaron todos fascinados por lo que escucharon. Mis alumnas pidieron copia del mismo y una, la dulce Guadalupe, me dijo "LAU... ASÍ SÍ DA GUSTO APRENDER POESÍA..." jajaja. La directora de estudios me felicitó por haber incluido el poema en un trimestral y obviamente, me pidió una copia, jajaja. Así que, todo un éxito...
Próximamente, se viene lo que se denomina, LA NOCHE DE LAS ARTES en el cole, y se hace una especie de festival donde todos los departamentos aportan ideas y demás cosas. El tema es la discriminación y tu poema viene muy bien para tratar el rol de la mujer. El tema que tenemos es que la dueña del colegio es un tanto anticuada y la palabra ORGASMO tal vez sea bastante letal para ella que hace que mis alumnos se aprendan poesías arcaicas, no por eso menos destacadas, pero que los adolescentes no comprenden.
En fin, quería comentarte eso y también que fue un gusto haber tenido contacto con vos, algo que por cierto, no pretendo perder de vista así sea, por la virtualidad...
Fue y es un gran placer...
Laura Bercovich.
Laura Bercovich.
No supe más de vos.
Releyendo estos poemas añoré la época de blogs
Próximamente lo leeré en un bar literario.
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